Redes (no tan) sociales

Como cuando dices que no te gusta la cerveza, o que no te gusta el chocolate, también es bastante común que al no gustarte las redes sociales recibas gestos de asombro e incredulidad. Recuerdo leer un poema titulado Upon a Spider Catching a Fly (en español “sobre una araña atrapando una mosca”) por Edward Taylor que vendrá como anillo al dedo para describir el efecto social que tienen esas queridas y populares redes sociales que poco difieren de una gran tela de araña.

En el poema, Taylor describe a una araña que espera hambrienta al descuido de una mosca para atraparla en su red, haciendo hincapié en la debilidad y tontedad de este pobre insecto. Es claro y evidente el gran impacto que tienen las redes sociales hoy en día, sobre todo en las generaciones más jóvenes. En mi caso empecé a usarlas a los 13 años, pero no ha sido hasta día de hoy cuando más he notado el impacto que han tenido sobre mi vida y aquellos que están alrededor. Comparo a los recurrentes usuarios de redes sociales con las moscas que caen en la tela de araña, de la que difícilmente (casi imposible) pueden escapar. Al igual que una araña sabe cómo captar a sus presas, las redes sociales harán lo imposible para tener a sus usuarios siempre conectados, por ejemplo sugiriendo vídeos interesantes a cada usuario individualmente o simplemente haciendo la red más llamativa y hacerla así difícil de abandonar.

Se podría hablar de las redes sociales como la unión sistemática de un supuesto paraíso y un agobiante infierno. El paraíso consiste en demostrar una felicidad a todos los usuarios que comparten nuestra afición en la red social;  fotos que transmiten felicidad, ternura, compasión, compañerismo, orgullo, éxito, superación personal... transmitir un mundo perfecto del que nosotros mismos somos los creadores. No obstante, la perfección de este mundo virtual tiene consecuencias, tales como ansiedad, depresión, desmotivación o desilusión si no se llega a obtener una respuesta positiva de los demás hacia nuestro mundo, un vacío infernal que sólo lograremos llenar si nuestra actividad en las redes agrada a las masas que nos siguen.

Si consideramos estos dos ámbitos como teorías, cabe aplicarlos a los efectos que provocan las redes sociales en nuestra realidad. Es muy necesario esclarecer que este paraíso creado en las redes sociales es virtual, es decir, creado por una máquina, y por ende inexistente. Sin embargo, las consecuencias de un uso continuado de las redes niebla la razón dificultando la capacidad de discernir entre la realidad y el invento. A través de las redes sociales somos capaces de crear nuestro doppelgänger, que actuará tal y como deseemos. El problema es que nuestra verdadera esencia nunca se verá reflejada en las redes, sólo lo que queremos mostrar y que esté socialmente aceptado, si no, caeremos en un infernal bucle de autorrechazo y presión al no cumplir estos requisitos.

No es muy descabellado comparar las redes sociales con un gran circo romano, una de las creaciones romanas para entretener al pueblo. En estos lugares la audiencia acudía para ver cómo los gladiadores luchaban para mantenerse con vida. Tras el espectáculo, la dualidad entre la vida y la muerte se decidía según el número de manos arriba que el público diese al gladiador, siendo trágicamente una minoría la que salía con vida. Quizás no hayamos evolucionado tanto desde aquellos tiempos. Quizás seamos meros gladiadores que luchan por el aprobado de una muchedumbre, meros gladiadores que en pleno siglo XXI luchan por vivir en un paraíso, virtual.


Oda de odio

Mentes vacías buscando distracción
en la muchedumbre veo tu imagen llena de seducción
por todas partes, estás omnipresente,
hay una necesidad innata: la de tenerte.

Esa estructura adecuada a mi mano
ni cinco minutos paso sin ti
eres la reina de todo mi mundo
y a todo el mundo puedes seducir.

Me llamas, te cojo, nos vamos fuera
en un mar de soledad, eres tú mi compañía
tus tetas tus teclas me dan calor en mi agonía
te agarro en mi mano como si algún día te fueras.

Me das lo que pido aunque no parezca tanto
el día juntos, que espanto. Contigo río, contigo canto
y a veces despiertas mi llanto. 

Soy yo quien te maneja a su antojo
hago contigo lo que quiero, sin escuchar ningún "pero"
estás por todas partes si abro mis ojos
todo el mundo te quiere, sin importar el dinero.

Tus curvas, tus líneas, las toco y me encanta
aunque un futuro contigo me espanta.
Eres la diosa de una nueva Hera,
la misma diosa que empezó mi guerra. 

El ascensor del sexo

La verdad es que desde pequeña el sexo fue algo tabú en mi familia, algo extraño, algo trascendente, algo místico. De hecho, procuraré que mis padres no lleguen a leer el título de esto mientras lo escribo, ya que les inquietaría. Conforme pasaron los años se convirtió en algo en lo que reflexionar, algo que probar y finalmente provocar. A mis 23 años he tenido varias oportunidades de follar y de hacer el amor. No es que me considere una experta en ese tema pero creo que podría entablar una conversación interesante con cualquier persona que compartiera mi afición por esta placentera actividad. Me encanta saber de tácticas nuevas, de productos nuevos, de posturas, palabras, atuendos... pero entre todas estas cosas, lo que más me llama la atención de esta actividad es la oportunidad que te ofrece para poder llegar a conocer a la otra persona un poco más en profundidad. 

Intentando definir con exactitud esos términos que a veces nos cuesta entender, la RAE nos proporciona cierta ayuda. Un término neutro para el acto de que dos personas copulen es “sexo”. Por otra parte, define la palabra “follar” como su forma vulgar, y está bastante en lo cierto atribuyéndole a esa palabra cierta vulgaridad. Por el contrario, define positiva y primordialmente el “amor” como un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.  Creo que es hora de comentar el porqué diferenciamos entre estos términos con respecto a esa actividad tan placentera como es el sexo.

Para mí, follar significa disfrutar del cuerpo de la otra persona, conocerla sin ropas que puedan taparla, sin embargo, sólo hago el amor con aquellas que se desnudan no solo en cuerpo, sino también en alma. Sólo cuando conozco sus inquietudes, aficiones, miedos, preferencias, incomodidades... es cuando de verdad disfruto. Es esta combinación del desnudo físico y emocional la que hace posible que hagamos el amor, en vez de follar. Es cierto que las personas tenemos necesidades físicas y emocionales, y de ahí surge esa diferencia respecto al sexo. Cuando cubrimos la necesidad fisiológica de liberar estrés y sentir dopamina hacemos lo que sea para conseguir el calor de un cuerpo humano que nos satisfaga, algo que es básicamente fácil. Lo difícil es encontrar a alguien con quien conectar psicológicamente para cubrir nuestras necesidades e insuficiencias emocionales. Así pues, cuando finalmente encontramos a esta persona, disfrutaremos más cuando nos abramos de piernas y de mente. Ahora sí, creo que queda claro que la RAE no estaba tan equivocada al atribuir esa vulgaridad a “follar” y esa definición tan romántica a “hacer el amor”.  

Sin esa fuerte conexión emocional entre ambas personas el sexo no es lo mismo, y usaré una metáfora clara para ilustrar esta sensación. El sexo se puede comparar con un ascensor en el que estás montada. Justo cuando estás subiendo, las puertas se abren y entran dos personas que también están interesadas en subir unos pisos más arriba. Durante el viaje, los tres entabláis una conversación sobre el tiempo, pero de alguna manera sientes una fuerte conexión con uno de ellos, sólo hablándole de lo lluvioso que ha estado el día. De repente el ascensor se abre y esta persona prefiere quedarse en el ascensor y acompañarte hasta que llegues a tu piso para así seguir la conversación, mientras que el otro huye del lugar para no seguir escuchándote hablar sobre el tiempo. Al fin y al cabo la conexión fue mutua, y eso hace que hallemos las formas de pasar más tiempo con quien nos interesa de verdad.

La diferencia entre tener un polvo y hacer el amor radica en lo que pase cuando las puertas se abren; solo que esta vez no será en un ascensor, sino una cama en una habitación con las puertas cerradas. Habrá personas que decidan irse tras llegar al clímax y acabar la efímera relación; y otras a las que les intereses tanto que esa conversación sobre el tiempo les parezca insuficiente para conocerte en profundidad y decidan acompañarte más arriba. Así pues, si el primer desconocido prefiere bajarse en el piso seleccionado, déjalo ir, ha sido un encuentro casual y banal, un simple y vulgar polvo. En cambio, préstale atención al que se ha quedado contigo después de todo, puede que juntos lleguéis a subir hasta las puertas del cielo mientras hacéis el amor.